"Todo está negro, achicharrado, menos un colchón violeta junto a una ventana de hierro verde. Por allí intentó escapar del fuego una de las siete víctimas, pero las ventanas tenían rejas para que nadie entrara, para que nadie saliera, para que nadie viera lo que todos reconocen ahora que sabían pero nadie fue capaz de evitar.
Allí dentro, como en tantas otras naves del polígono industrial Macrolotto de Prato —una ciudad de 185.000 habitantes a 25 kilómetros de Florencia—, se practicaba la esclavitud. Cientos, miles de ciudadanos chinos, la mayoría muy jóvenes y sin ningún tipo de documentación, fabrican prendas de moda para toda Europa durante 16 horas al día, siete días a la semana, preferentemente de madrugada, a razón de un euro a la hora. Solo tienen derecho a dormir un rato en unos cuartuchos construidos sobre el traqueteo continuo de las tricotosas y a calentarse la comida con un infiernillo de gas..."
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