"“No, no, no. No quiere ver ese otro… Ese cuesta demasiado. Usted no se lo puede permitir”. Así respondió el dependiente de una boutique de lujo de Zúrich a una mujer afroamericana boquiabierta que pretendía comprar un bolso de Tom Ford.
Sin duda creía que se trataba de una señora de la limpieza. Sin embargo, para disgusto del dependiente, la clienta era una multimillonaria llamada Oprah Winfrey. Tremenda metedura de pata.
Por supuesto, esta historia adquirió dimensiones virales, humillando no solo a los propietarios de la tienda, sino también al gobierno suizo.
Además, la historia coincidió con las primeras noticias ampliamente divulgadas de que Suiza estaba aprobando leyes ‘al estilo del apartheid’, que imponían restricciones a la libertad de circulación de los solicitantes de asilo.
Aunque los representantes del gobierno insistieron en que tan solo algunas áreas exclusivas formaban parte de esta ‘zona de exclusión’, el lenguaje que utilizaron para defender su nueva política fue revelador.
“Por razones de seguridad hemos decidido hacer que estas zonas sean inaccesibles, para evitar los posibles conflictos y sobre todo para evitar el consumo de drogas”, declaró Raymond Tellenbach, alcalde de Bremgarten.
“No somos inhumanos”, explicó el funcionario al semanario alemán de noticias Der Spiegel.
“El objetivo”, afirma Mario Gattiker, director de la [Oficina Federal de Migración], consiste en evitar que “50 solicitantes de asilo visiten un campo de fútbol o una piscina al mismo tiempo”, pues al parecer provocarían “roces y resentimiento”.
Las medidas están diseñadas “para abordar las preocupaciones de la población”, añadió.
Reaccionario
El problema es esta deferencia hacia “las preocupaciones de la población”.
Si entre las preocupaciones de los suizos se encuentra atribuir a los extranjeros comportamientos delictivos, el trabajo del gobierno consiste en encarcelarles, no en nacionalizarles ni en fomentar su integración.
Esa es la lógica que implica dicha postura. Los solicitantes de asilo no están en Suiza para buscar refugio, sino para infringir sus leyes.
El hecho de que los suizos consientan dichos estereotipos, de modo parecido a sus vecinos en Francia o Austria, por ejemplo, simplemente los hace más fáciles de identificar, pero también constituye un motivo de preocupación.
Analicemos la preocupación por el consumo de drogas. ¿Están los extranjeros intrínsecamente más predispuestos a consumir o comerciar con sustancias psicoactivas ilícitas?
Los miedos que se proyectan en los extranjeros son típicos: ser expuestos a culturas o identidades que pueden hacernos perder el control.
El lenguaje de la invasión, de ser contaminados, es crucial para esta fantasía.
De ahí el miedo a la relación (en contextos atléticos) al que se hace alusión en la segunda cita.
Los ejemplos mencionados no podrían describir mejor el tipo de ansiedades que fomentan el racismo.
Son de manual, en términos de los escenarios que describe como lugares donde se interpretan estos dramas.
En 2012, adelantándose a la decisión de Bremgarten, Eigenthal prohibió a sus refugiados el acceso a las piscinas públicas a menos que lo hicieran acompañados. Y eso no es lo peor.
Cuando se publicó el artículo en el Der Spiegel (8 de agosto de 2013), al parecer los funcionarios del pueblo de Alpnach (población: 6.000 hab.) ya habían aprobado normas para evitar que los solicitantes de asilo pasearan por el bosque.
Un precedente alarmante
Una vez más, de la definición de estos lugares como “zonas de exclusión” uno puede sacar más deducciones de la psicología de los suizos y su miedo a los extranjeros que de los refugiados o sus patologías supuestamente delictivas.
En realidad se trata de un gesto sumamente narcisista, pues la elaboración de normas de este tipo tiene más que ver con dar la razón que con enfrentarse constructivamente al hecho de la existencia, y no solo de la presencia, de ‘los otros’.
Para los defensores de la igualdad cultural y racial, es obvio que dichas normas fijan un precedente alarmante.
Si el gobierno suizo está dispuesto a prohibir la libertad de circulación de los solicitantes de asilo de este modo, ¿cómo puede intentar regular de forma parecida la libertad de circulación de los inmigrantes con permiso de residencia o de las minorías nacionales?
Analicemos la prohibición del gobierno suizo en 2009 de construir nuevos minaretes en el país.
Según los resultados de un referéndum impulsado por el Partido del Pueblo Suizo (SPV) de extrema derecha, que pretendía detener el avance de la sharia o ley islámica, el 57% de los votantes estuvieron a favor de la prohibición (contra los deseos del gobierno, según la BBC ).
A partir de ahora, las mezquitas deben ser funcionalmente invisibles y estar privadas de su principal característica física.
Es algo parecido a prohibir que los migrantes accedan a los espacios públicos.
El objetivo consiste en ocultarlos, como al islam.
De ahí el impulso de negar a una mujer negra el derecho a poseer un bolso de diseño.
Incluso si no se lo hubiera podido permitir, impedir que Oprah incluso se planteara comprarse uno equivale a asegurarle que el acceso a la prosperidad, a la casta superior, está limitada a los europeos blancos.
No es muy diferente de regular a qué partes de la localidad pueden acceder los migrantes o de disfrazar los lugares de culto musulmanes.
La lógica es así de coherente y vinculante.
Sin duda, uno podría argumentar que los suizos están manifestando los temores de un país que, como el resto de Europa, se verá obligado a reconciliarse finalmente con la inmigración en masa.
Puede que sea inevitable. Sin embargo, gestionar este asunto es totalmente diferente.
Si no hay ningún espíritu de igualdad que impregne la ley o las políticas públicas, la diversidad será simplemente otro modo de describir la jerarquía. Y eso se llama apartheid."