segunda-feira, 15 de abril de 2013

“Comencé a escrachar al encontrarme en un bar al torturador de mi padre” (Fonte:El País)

"Paula Maroni y Carlos Pisoni trabajan ahora en un edificio de la antigua y tenebrosa Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro de tortura y exterminio durante la última dictadura argentina (1976-1983). Ella tiene 36 años y él 35. Pertenecen a la asociación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S). Sus padres desaparecieron durante la dictadura cuando ellos eran bebés. Cuando tenían 17 y 18 años, en diciembre de 1996, decidieron escrachar a un médico de la ESMA. Sería el primero de una larga lista. Nunca pensaron que aquella actividad, con ese mismo nombre, terminaría llegando a España. Y que sería empleada por ciudadanos que están siendo obligados a salir de sus casas tras el impago de sus créditos bancarios. Convocados por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), cientos de personas han protestado en las últimas semanas frente a los hogares de varios diputados del Partido Popular. El origen hay que buscarlo entre aquellos adolescentes argentinos.
“Escrachar se usaba siempre en el lunfardo, el lenguaje popular de Buenos Aires”, explica Carlos Pisoni. “Su raíz no está muy clara, pero significa poner en evidencia a alguien. Y al principio fue algo muy espontáneo. Nos enteramos de que Jorge Luis Magnacco, que era un médico que atendía los partos de las mujeres secuestradas en la ESMA, trabajaba como jefe de obstetricia en un hospital de Buenos Aires. Y que vivía muy cerca de ese hospital. En aquella época era imposible aplicar justicia. Estos genocidas vivían con total impunidad, ocupaban puestos de responsabilidad en la sociedad. Así que empezamos arrojando bombitas de pintura roja en sus casas, repartíamos información entre los vecinos y nos íbamos. Temíamos también por nuestra seguridad. A Paula Maroni llegaron a montarla en un coche y darle vueltas por Buenos Aires. Después nos dimos cuenta de que lo importante no era sólo señalarlos, sino que la sociedad los condenara. Que el panadero no le vendiera el pan ni el carnicero la carne”..."

Íntegra: El País

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